Higiene del sueño: un concepto que no pasa de moda

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Autora: Laura Victoria (@laura.victoria.autora)
Profesora y escritora
Magíster en Dirección y Gestión Escolar de Calidad
Diplomado en Neurociencias aplicadas a la Educación

Vivimos en una sociedad que celebra la hiperconexión y el multitasking como si fueran superpoderes. Los avances tecnológicos, las redes sociales y el ritmo acelerado del día a día han instalado la idea de que dormir menos es sinónimo de productividad. Una falacia moderna que hemos adoptado sin cuestionar, dejando de lado nuestras verdaderas necesidades, prioridades y bienestar.

Cuando se habla de trastornos del sueño, solemos pensar en adultos o adolescentes. Sin embargo, cada vez más niños, e incluso bebés, presentan dificultades para dormir, irritabilidad, falta de concentración, fatiga escolar y tendencia a la ansiedad o la depresión. En muchos casos, sus conductas se etiquetan apresuradamente como “mañas” o “manipulación”, sin indagar en las causas reales. Algunos padres, por ejemplo, intentan “cansar” a sus hijos para que duerman mejor, logrando el efecto contrario: mayor irritabilidad y menor capacidad de conciliar el sueño.

Desde la neurociencia se ha comprobado que el sueño tiene un impacto directo en las funciones cerebrales, en los procesos emocionales y en la salud mental. Durante el descanso se consolida la información aprendida, se fortalece la memoria y se eliminan toxinas vitales para el funcionamiento del cerebro. El sueño, en ese sentido, es un tesoro que debemos proteger de los “piratas” modernos: las distracciones, los dispositivos electrónicos y el consumo digital desmedido, incluso entre niños pequeños.

En este contexto, la higiene del sueño cobra más relevancia que nunca. Se trata de un conjunto de hábitos y rutinas que favorecen un descanso de calidad y actúan como una estrategia preventiva para la salud integral. Entre las recomendaciones básicas están:

  • Mantener una temperatura ambiental fresca y una iluminación adecuada (para niños, una luz cálida y tenue es ideal).
  • Escuchar música instrumental o sonidos naturales antes de dormir.
  • Respetar horarios regulares, sincronizados con los ciclos de luz y oscuridad.
  • Evitar el uso de pantallas al menos una hora antes de acostarse.

En los hogares, esto implica establecer normas claras sobre el uso de dispositivos: limitar su acceso a ciertos horarios y mantener las habitaciones libres de pantallas, especialmente en el caso de niños y adolescentes.

Y aunque el concepto de higiene del sueño se mantiene vigente, vale la pena rescatar un hábito que parece haber quedado en segundo plano: la lectura en papel. Leer antes de dormir reduce la ansiedad y el estrés, ayudando al cerebro a entrar en un estado de calma. Además, evita la exposición a la luz azul de las pantallas, que inhibe la producción de melatonina, la hormona del sueño.

Se recomienda dedicar entre 15 y 30 minutos a la lectura nocturna, eligiendo textos tranquilos y positivos. En los niños, compartir la lectura en voz alta puede ser una excelente forma de fortalecer vínculos y favorecer el descanso emocional. Eso sí, cuando la lectura se vuelve excesiva, al punto de dormirse con el libro en las manos, puede estar cumpliendo el rol de una fuga emocional más que de una rutina saludable.

Finalmente, cada persona puede encontrar su propio “ingrediente mágico” para dormir mejor: la lectura, la música, ejercicios de respiración o yoga. Lo importante es no descuidar el autocuidado. En medio de las exigencias diarias, detenernos, reconectar y descansar no es un lujo, sino una necesidad vital para el bienestar del cuerpo, la mente y el alma.

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La primavera es un período de renovación y transformación, para el entorno y para el cuidado de nuestra piel. Trae consigo desafíos en el cuidado al tener una mayor exposición a los rayos UV y el aumento de alergias debido a la polinización que en muchos casos compromete la salud y la apariencia de ella.

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