“Hubo un momento muy personal en el que entendí que mi dolor no era solo mío”

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Carla Figueroa Q.

Una conversación íntima con la abogada y autora de Lo nuestro ¿es nuestro?, donde reflexiona sobre maternidad, equidad económica y las tensiones invisibles que atraviesan a miles de mujeres profesionales. 

Son las ocho y media de la mañana de un miércoles de noviembre. Al otro lado de la videollamada aparece Francisca Bravo Cox. Saluda alegre, extremadamente amable. Con un carisma que traspasa la pantalla, da la impresión de llenar todo el espacio. Su energía contrasta con la nublada y fría mañana primaveral.

Francisca es abogada de la Universidad de Chile, especializada en Derecho de Familia y Mediación. Es autora del libro Lo nuestro ¿es nuestro?, creadora del método y programa “Equidad Puertas Adentro” (EPA), y se dedica también a la divulgación y consultoría para promover mayor equidad en las relaciones familiares. 

Nos cuenta que organiza su jornada priorizando su maternidad: tiene una hija de seis años y un hijo de diez, por lo que estructura su trabajo en función de sus horarios y actividades. Le gusta comenzar el día con alguna práctica de activación, como meditación; hace deporte cuatro veces a la semana y luego dedica su tiempo a atender a sus clientas. Su jornada laboral la distribuye entre su estudio jurídico —donde realiza asesorías colaborativas al momento de la separación—, un trabajo más acotado en prevención con parejas que buscan ordenar sus temas económicos o quieren hacer más equitativa su vida en común, y, finalmente, el impulso del área de formación de su escuela, la Academia Puertas Adentro, a través de charlas, talleres y diplomados.

¿Cuál fue el momento en tu trayectoria profesional que detonó la necesidad de escribir este libro?


Cuando llegó la oferta de la editorial, obviamente el ego te explota, porque está todo este imaginario de “plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo”. Si yo hubiese caído en esa tentación del ego, no habría podido escribirlo, porque era un libro que planteaba un tema muy disruptivo. Pese a lo necesario que es hablar de la seguridad económica, sigue siendo un tema muy tabú, al menos en el círculo de profesionales donde están mis clientas. Además, yo lo soñé como lo menos jurídico posible, y para mí —que vengo de un “deber ser” fuertísimo de la Universidad de Chile, de la academia y de lo que significa ser abogada— hacer un libro pensado para ser masivo era muy disruptivo. Fue un alivio darme cuenta de que, finalmente, este libro era solo un mecanismo más para movilizar o difundir la misma idea que vengo trabajando desde 2020. 

Tu libro no está escrito desde una postura reaccionaria ni desde la lógica de “hombres versus mujeres”. Más bien propone una mirada anticipatoria y proactiva: si vamos a formar una familia, hagámoslo desde la equidad. 

Pude escribir este libro porque hubo un momento muy personal en el que entendí que mi dolor no era solo mío. Descubrí algo profundo que habíamos silenciado por siglos. De alguna manera había logrado ponerle nombre a una sensación muy prohibida.

Estamos tan acostumbradas a que se nos diga —y nos digamos— que el cuidado “es lo natural”, que es “lo nuestro”, que ni siquiera lo cuestionamos. Pero al mismo tiempo, internamente, algo nos hace ruido. Pasamos años estudiando, destacándonos en nuestros primeros trabajos … y después de años criando, muchas terminamos en una especie de cueva donde parece que nuestra opinión no vale nada. Y ese sentimiento convive con otro igual de fuerte: la maternidad nos transforma de una manera maravillosa, impresionante. Hay un amor enorme por los hijos y por la pareja. Entonces es una ambivalencia brutal: lo mejor y lo más difícil conviviendo al mismo tiempo.

Pero, aun así, hablar de esto se siente egoísta. Porque también ves a tu pareja haciendo esfuerzos gigantes, tratando de aprender a ser papá, trabajando para llegar a fin de mes, aunque más desconectado de lo doméstico por pura cultura. Y fue justamente desde esa mezcla —ese nudo entre amor, culpa, cansancio y lucidez— que pude escribir desde un lugar compasivo. Desde entender que vivimos en una estructura cultural muy sesgada. Eso les ha dado mucha tranquilidad a las mujeres que me leen. Porque les permite entender que muchas veces no hubo dolo, no hubo mala intención; hubo desconocimiento, hábito, cultura. “No sé operar de otra manera” podría ser la frase que resume a muchos hombres.

También pude escribir este libro porque yo pasé por lo mismo: puse en pausa mi desarrollo laboral. Pero, yo sabía que esa decisión iba a tener consecuencias económicas y tomé resguardos. Eso calmó mis miedos. Sí, hay un quiebre laboral, obvio. Sí, mi marido siguió avanzando. Pero en lo económico estamos equilibrados. Si nos separáramos hoy, él se lleva 50 y yo 50. Y eso —esa sensación de seguridad compartida— hace que la relación funcione desde la libertad, no desde el miedo. 

En tu libro planteas que la conversación sobre el dinero nunca es sobre el dinero. Entonces, ¿de qué hablamos realmente cuando hablamos de patrimonio en pareja?

Para mí, ese fue un gran hallazgo. No es algo que yo haya inventado: me inspiro muchísimo en Clara Coria, una psicóloga argentina que tuve la oportunidad de conocer; es una mujer sabia, maravillosa. En sus textos entendí que el dinero va mucho más profundo que lo económico, y uno de sus ejemplos más claros es el del presupuesto.

En la encuesta que hice para el libro Radiografía Puertas Adentro, solo un 25% de las personas declaraba hacer un presupuesto de manera permanente. El resto lo hacía únicamente cuando surgía un problema. Y eso es curioso, porque quienes somos profesionales sabemos que ninguna empresa podría funcionar sin un presupuesto. Es lo básico. No es falta de habilidad. Es otra cosa. Clara Coria dice que nadie hace un presupuesto porque éste es muy chismoso. ¿En qué sentido? En que cuando pones los números—que son neutrales— sobre la mesa, éstos “acusan”. Muestran cuánto estamos gastando en cada ítem, en qué no estamos poniendo recursos, y hacia qué lado se inclina la balanza. Por ejemplo, si para mí la educación es fundamental porque vengo de una historia de esfuerzo donde estudiar fue mi movilidad social, voy a querer invertir mucho ahí. Pero quizás mi pareja viene de una familia acomodada, donde lo central es vivir en un barrio que ofrezca conexiones valiosas.

Entonces, cuando hacemos un presupuesto, aparece quién decide: ¿gastamos la vida en colegios o gastamos la vida en vivienda? Ahí se revelan no solo números, sino creencias profundas, expectativas sobre el otro y lo que queremos para nuestra familia. En ese sentido, el presupuesto es tremendamente iluminador: muestra mucho más que el dinero; muestra lo que hay debajo.

En la herramienta de estudio que desarrollaste, Radiografía de la Equidad de Puertas Adentro, las participantes eran mujeres de nivel educativo muy alto. Para aquellas que se dedican al cuidado de los hijos, ¿consideras que, ante una eventual separación o divorcio, se enfrentan a una especie de “nueva pobreza”? Una situación en la que no existen para el sistema financiero, están desactualizadas en sus profesiones y no tienen nada a su nombre, considerando además que, en tu muestra, la mayoría está casada bajo el régimen de separación de bienes.

Sí, totalmente. Es una “nueva pobreza”, entre comillas. Porque las dimensiones de las que hablo resuenan mucho más en una población profesional altamente calificada que en un grupo sin formación, donde ni siquiera existe la pregunta de si es posible dedicarse más al cuidado: simplemente no hay opción. En esas realidades, los hijos se quedan con la abuela o la tía, pero la mujer debe salir a “parar la olla”. En cambio, en este nicho la situación es distinta. Es un dolor muy grande dentro de este grupo altamente calificado: del 70% con estudios universitarios completos, el 40% tenía magíster. Y, aun así, parte de ese grupo está en la casa porque no ha logrado organizarse de otra manera.
Tomando tu concepto, sí: hay un nuevo tipo de pobreza, poco visible porque afecta a un nicho específico: mujeres profesionales con parejas, generalmente sobre los 30 años. Además, muchas no están casadas, y entre las que sí lo están, el 82% declaró estar casada con separación de bienes. No hay que ser un genio para entender que, si no tienes capacidad bancaria, probablemente los bienes tampoco estarán a tu nombre. Es evidente que muchas mujeres quedarán en una situación de vivienda precaria al terminar una relación.

¿Qué diferencia marca el método EPA en una pareja que está construyendo patrimonio?

La metodología EPA es algo que empecé a implementar de manera orgánica —o incluso inconsciente— más de diez años antes de formalizarla. En esencia, significa que una pareja que vive en equidad puertas adentro conversa de dinero; se consensúa el nivel de vida que queremos tener; se valoran y dignifican las expectativas profesionales de cada uno, independiente de cuánto pague el mercado por ese trabajo. Es decir, se reconoce el valor social del aporte que cada persona hace desde su profesión.

También se asume que el cuidado de los hijos es un compromiso familiar, que asegurar el bienestar económico es prioritario y que la autonomía económica de ambos es fundamental. Esa es la base del método EPA. Éste se organiza en tres ejes: día a día, patrimonio y vejez. En el día a día, invita a definir qué nivel de vida quiere la pareja y cómo lo financiará cada uno, evitando desigualdades como la “teoría del yogur”, donde ambos aportan dinero, pero uno invierte y el otro solo gasta. En patrimonio, propone revisar cómo se construye, a nombre de quién está y cómo se resguarda a quien aporta con trabajo doméstico y de cuidados. En vejez, plantea asegurar una autonomía económica equivalente para ambos mediante ahorro previsional y seguros. Ese es el corazón del método EPA: construir equidad económica real, cotidiana y a largo plazo.

Si pudieras cambiar mañana una ley en Chile para mejorar la autonomía económica de las mujeres, ¿cuál sería?

La reforma que modifica la administración de la sociedad conyugal, porque esta debiera ser indistinta, ejercida en conjunto por la pareja. Chile mantiene una de las reglas más anacrónicas: la administración la realiza el marido, quien es considerado el “jefe” de la sociedad conyugal. Si se cambia la regla de administración y se establece que todos los bienes que la pareja adquiera ingresan a la sociedad conyugal y que ambos ejercerán esa administración de manera conjunta, las decisiones importantes requerirían la firma de los dos. Esa es la reforma que debiera avanzar. 

Otra norma que sería de mucha utilidad es el postnatal obligatorio para los hombres, pero a partir de los seis meses de vida del bebé. Hoy es voluntario (desde los tres meses) y casi ningún padre lo toma, porque culturalmente no está bien visto y porque muchas empresas no cubren la diferencia entre el salario real y el tope que pagan ISAPRE o FONASA. 

En cambio, un postnatal masculino obligatorio después de los seis meses —cuando el bebé ya come sólidos y la madre ha podido recuperarse del shock de la maternidad— permitiría que los hombres asuman tres meses completos de cuidado. Eso le genera a la mamá una tranquilidad enorme de que su bebé está en las mejores manos hasta los nueves meses, y ella puede volver a su trabajo. Esto reduciría la brecha salarial, eliminaría la percepción de que contratar mujeres es más costoso y, además, contribuiría a una sociedad más equitativa y cariñosa, donde los padres se involucren realmente en la crianza.

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