En medio de un nuevo capítulo de la tensión comercial entre Estados Unidos y China, las recientes propuestas arancelarias, incluyendo tarifas del 145% a productos chinos por parte de Washington, y una respuesta equivalente desde Pekín, han capturado la atención mundial. Sin embargo, más allá de lo aparente, esta guerra comercial responde a razones políticas y diplomáticas, más que económicas.
Así lo explica Javier Ávila, economista de la Universidad de Concepción y actualmente cursando un doble magíster en Economía Pública e Internacional en Alemania e Italia:

“El objetivo de esta guerra comercial por parte de Estados Unidos nunca ha sido obtener beneficios económicos reales. Se trata de una estrategia política, una especie de nueva guerra fría, más que una medida pensada para resolver desequilibrios comerciales”.
Los efectos se han hecho sentir principalmente en los mercados financieros, con episodios de incertidumbre y pérdida de valor en empresas cotizadas. No obstante, las repercusiones concretas en países como Chile parecen ser menores.
“Nosotros mantenemos un arancel del 10% con Estados Unidos gracias al tratado de libre comercio, y ese porcentaje no ha sido modificado ni amenazado. Además, nuestro principal socio comercial es China, no EE.UU., por lo que el impacto directo de esta medida es bastante acotado”, agrega Ávila.
¿Precios inflados o desconocimiento del consumidor?
Paralelamente, han resurgido cuestionamientos sobre los márgenes de ganancia en las cadenas de distribución global, a partir de la creciente visibilidad de los bajos costos de fabricación en China. Videos virales y plataformas como DHgate han puesto en evidencia que productos que se venden a altos precios en Occidente son producidos a una fracción de ese valor.
Sin embargo, para el economista, este no es un fenómeno nuevo, ni un “secreto” revelado recientemente.
“Siempre se ha sabido que las grandes marcas fabrican en China o en el sudeste asiático a costos muy bajos. La diferencia de precio no se debe solo a los materiales o la mano de obra, sino al valor agregado por la marca, el diseño, la investigación, la propiedad intelectual. Un iPhone cuesta unos 400 dólares fabricarlo, pero eso no significa que Apple pueda venderlo por 600 sin afectar su modelo de negocio”.
Esta realidad, sostiene Ávila, no es consecuencia directa de los aranceles actuales ni representa una transformación radical del comercio global. Lo que sí ha cambiado es la percepción del consumidor, ahora más expuesto a información que antes pasaba desapercibida.
¿Y Chile?
Respecto al impacto en nuestro país, Ávila aclara que el efecto será más bien indirecto y limitado. “Podríamos ver alzas de precios en productos importados desde EE.UU. si estos incorporan componentes chinos encarecidos por los aranceles. Pero eso nos afecta como parte de una cadena global, no por alguna medida dirigida directamente a nosotros”, explica.
Para Chile, una economía abierta y fuertemente conectada con Asia, el desafío no está tanto en reaccionar a esta disputa puntual, sino en entender cómo funciona realmente el comercio internacional y en mantenerse informados sobre la evolución de las cadenas de valor.