A estas alturas del año, es común que nos detengamos un momento y miremos hacia atrás. Hacemos un repaso silencioso de lo que vivimos: lo que nos alegró, lo que nos costó, lo que nos quebró… y también lo que nos ayudó a seguir.. Y en esa mirada podemos incorporar una idea transformadora: lo merecemos todo… y al mismo tiempo, no merecemos nada. Puede sonar paradójico, pero desde una perspectiva psicológica y humana, es una invitación sanadora a vivir y gozar.
Lo Merecemos todo… porque somos valiosos, dignos de amor, de cuidado y bienestar. El psicólogo humanista Carl Rogers decía que cada persona merece respeto, cariño, reconocimiento y alegría simplemente por existir. Si además hemos, trabajado duro y hemos hecho lo mejor que está a nuestra alcance, por supuesto que nos merecemos todo…
Sin embargo, también hay una verdad humilde y realista, no merecemos nada. Como decía Amado Nervo, la vida no nos debe nada, y aun así nos da tanto. Este pequeño giro, difícil de aceptar en una cultura narcisista centrada en el Yo, puede ser liberador. Cuando dejamos de pensar que la vida o el universo nos “debe” reconocimiento o resultados, damos espacio para recibir y gozar verdaderamente cada experiencia: ya no por derecho, sino como regalo, liberándonos de la ansiedad y la culpa por lo que aún no llega o por lo malo que nos ha pasado.
Aceptar que lo merecemos todo y al mismo tiempo no merecemos nada, es más que una contradicción, es sabiduría. Nos recuerda que somos seres dignos de amor, y aún así la vida está construida de momentos, de encuentros, de aprendizajes y de regalos que llegan, no porque los ganamos, sino solo porque estamos vivos, y ante ellos practicar la gratitud.
Y la gratitud es una de las emociones más importantes para ser feliz de verdad. La gratitud nos permite sentirnos satisfechos, construir relaciones significativas y ser resilientes frente a los desafíos de la vida.

Por eso, la invitación para cerrar este año es practicar la gratitud. Es cierto que a veces la vida nos frustra y nos pone a prueba. Pero aún allí, siempre podemos encontrar motivos para agradecer. No se trata de ignorar lo que duele, sino de reconocer también lo que nos sostiene, impulsa y nutre.
¿Y cómo practicar esta gratitud?
- Parte viendo en lo ordinario lo extraordinario. ¿Cuántas cosas cotidianas se convierten en los grandes recuerdos que atesoramos? Esos cafecitos con la colega, esas tardes tranquilas en familia, esos mensajes en whatsapp que te recuerdan que eres querido y apreciado… Busca el lado luminoso en lo cotidiano.
- Celebra y saborea todo, cada pequeño logro, cada meta cumplida, cada problema resuelto. Nada era seguro, y sin embargo lo lograste, cada respiro, cada tarea, cada progreso.
- Agradece por las personas y las relaciones que has desarrollado, por los amigos y familiares que conservas, y por aquellos que llegaron este año a tu vida. Piensa en las personas como un regalo, un chispazo de vida en tu camino.
- Sé agradecido contigo mismo, agradece a tu cuerpo por sostenerte y resistir, a tu capacidad de emocionarte de distintas formas por ponerle colores a cada día, a tus competencias especiales que han servido de herramientas en los desafíos que te propones, y a tus sueños y valores, que te permiten dibujar un camino.
La invitación es simple: sé amable contigo… has llegado hasta aquí con esfuerzo, recibe los eventos, las personas y las experiencias como un regalo. Es cierto que lo mereces todo, pero al mismo tiempo todo es un regalo. No se trata de ignorar lo que duele o falta, sino de reconocer lo que te ha sostenido, los que te impulsa y lo que nutre tu vida.
¡Gracias por lo que he sido, por lo que fue y por lo que vendrá!
Por: Carolina carrasco Barrera, Psicóloga, Magíster en Investigación Social y Desarrollo



