Por David Guerra – Fundador de CAMBIA Studio
Nunca imaginé que un mueble pudiera enseñar. Hasta que lo vi pasar.
Fue en el colegio Villa Independencia, gracias a una alianza con Kevin Morales de Pulired. Lanzamos un desafío a los estudiantes: juntar 1000 kilos de plástico. Y lo lograron. Pero lo más valioso no fue el peso recolectado, sino lo que provocó: charlas en las salas, preguntas genuinas, curiosidad encendida y una energía que pocas veces se respira.
Cuando entregamos los muebles hechos con ese mismo plástico —acompañados de una placa conmemorativa— entendí que no solo habíamos donado. Habíamos sembrado una semilla. Porque esos muebles no eran comunes: eran un recordatorio tangible de lo que se puede lograr cuando decidimos cambiar.

Mobiliario con propósito
En CAMBIA Studio creemos que los objetos también hablan. Que una mesa, una silla o una repisa pueden enseñar más de lo que aparentan. Por eso trabajamos con plástico reciclado, y ahora vamos más allá: renovar mobiliario escolar antiguo, reemplazando las partes dañadas con plástico reutilizado.
Así no solo alargamos la vida útil de lo que ya existe, sino que demostramos que el reciclaje es real, funciona y puede hacerse con diseño, calidad y propósito. A diferencia de la melamina, el plástico que usamos resiste mejor la humedad, es duradero, atractivo… y sobre todo, tiene historia.
Lo que otros desechan, nosotros lo convertimos en lecciones
Utilizamos plásticos PEAD y PP, provenientes de objetos tan comunes como tapas de bebidas, javas o bandejas logísticas. Lo que muchos descartan, nosotros lo transformamos en escritorios, banquillos o señaléticas.
Y cuando los niños los usan, algo ocurre: descubren que reciclar no es solo separar residuos, sino pensar distinto.

No es fácil, pero vale la pena
Claro, el camino no ha sido simple. Estos muebles aún resultan más costosos que los tradicionales, y eso limita su expansión. Pero estamos convencidos de que, si más empresas e instituciones se involucran desde su rol social, este cambio puede escalar. No como un acto de caridad, sino como una apuesta cultural.
Una emoción que no se olvida
Recuerdo una charla con niños de apenas 4 años. Uno de ellos, con una seriedad desconcertante, me dijo: “Yo quiero cuidar el planeta porque los adultos no lo están haciendo”. Esa frase me dejó helado. Pero también me recordó por qué hacemos lo que hacemos.
¿Y si empezamos por lo cotidiano?
A veces pensamos que la educación ambiental depende de grandes campañas. Pero, ¿y si también puede partir desde una mesa? Desde un banquito que fue botella, desde una repisa que antes fue una caja rota.
Hoy más que nunca necesitamos educación con propósito. Y si esa educación empieza en cómo se sientan, estudian y comparten nuestros niños, entonces sí: un mueble también puede enseñar.