La poesía como regreso: Joaquín Rebolledo y una nueva voz del Maule

Autor de “adobe”, Rebolledo encarna una generación de poetas que escribe desde la región, lejos de la solemnidad y cerca de lo cotidiano, con una mirada atenta al tiempo, la memoria y el paisaje.

Conversar con Joaquín es libertad y pausa. Cuando terminó el colegio, su interés por escribir lo llevó a pensar que periodismo era el camino, pero la estructura que le exigía la carrera lo hizo desistir. “La Universidad de Chile está muy enfocada en la investigación y a mí no me interesaba. A mí me gustaba escribir, jugar con los formatos. Entonces, decidí abandonar periodismo”.

En la búsqueda de un espacio para su creatividad, optó por estudiar publicidad. Sin embargo, al incorporarse al campo laboral, volvió a sentirse coartado. Fue entonces cuando comenzó a participar en concursos de poesía en Curicó y, al adjudicarse algunos de ellos, comprendió que ese era su lugar. Fortaleció su formación literaria cursando un diplomado de escritura creativa en la Universidad Diego Portales. “En la poesía encontré la libertad que estaba buscando, un espacio donde poder jugar con las palabras, con el lenguaje, que era lo que realmente me interesaba”.

Desde entonces, decidió quedarse en Curicó.

A medida que avanza la entrevista, nos adentramos en su visión de la literatura en la Séptima Región. Se vuelve entonces evidente por qué el Centro de Extensión de la Universidad de Talca lo convocó para dirigir los Café Literarios en Curicó. Tras haber sido uno de los invitados en la versión realizada en Talca, le propusieron replicar el formato en su ciudad. Joaquín tuvo libertad total para escoger a sus invitados y se atrevió a inaugurar el ciclo con Alejandra Costamaglia, quien había sido su profesora en el diplomado de escritura creativa. “Alejandra fue muy amable al aceptar mi invitación. Luego, empecé a contactar solo a escritores del Maule […] Todos tuvieron muy buena disposición”.

Tu poemario se llama adobe y está escrito en minúscula. El adobe es frágil y terroso, pero también es el material con el que se construyen casas que duran décadas. ¿Por qué ese título?

Creo que adobe funcionaba bien como título del libro por varios motivos. Es un libro sin un relato central, donde se van apilando bloques de texto, uno junto al otro, sin saber muy bien qué forma final iba a tener. Los bloques de barro están hechos de materiales elementales que se encuentran en el territorio donde se erige la construcción, igual que estos poemas, que nacen de la observación de mi pueblo. Además, suelen surgir grietas entre los textos-ladrillos: puntos de fuga donde el lenguaje se abre a algo más misterioso. Curicó, la noche del terremoto, era una gran nube de polvo debido a las casas de adobe intervenidas que cayeron; las que habían perdido sus tejas y ahora tenían techos de lata. Había algo ahí que me interesaba: el paso del tiempo mirado a través de sus tragedias.

Ser poeta ya es un acto de resistencia. Ser un poeta joven de región, aún más. ¿Dónde viste tu primer gesto de rebeldía: en escribir poesía o en decidir volver a Curicó?

Quizás mi primer acercamiento a un concurso de poesía, haciendo un relato paródico de los llamados “concejales viajeros de Curicó”, tuvo un elemento de rebeldía, pero de ahí en adelante asocio más la poesía con un ejercicio de libertad que de resistencia. No escribo para oponerme, sino para ejercitar mi ojo, ver hasta dónde puedo sentir sentires nuevos, mantenerme atento a los cambios de la luz a mi alrededor. Dicho esto, insertos en un sistema que nos quiere produciendo constantemente, monetizando incluso nuestros suspiros, quizás el ocio, el caminar sin rumbo, el tomar notas y ensamblar versos sea un acto de resistencia frente a la automatización del lenguaje y de la vida. Volver a Curicó no fue un acto de rebeldía: volví a mi pueblo como se vuelve al regazo de una madre con el corazón roto. Volví para lamerme las heridas y me quedé acá porque el ritmo al que podía respirar me resultó propicio para sentarme, reflexionar y escribir.

Has elegido la lentitud del verso para expresarte. ¿Qué te ofrece la poesía que ninguna otra forma de expresión logra darte?

Creo que la poesía es flexible y elemental, y eso me atrae mucho de sus formas. Uno propone una respiración en ella, frenética o pausada, una forma de habitar dentro del poema. El lector la completa, la modifica, la hace propia. Hay en ella un misterio inherente, algo que nunca se puede definir por completo, pero cuyos haces de luz se sienten cálidos y luminosos en la piel. Y, a diferencia de otras artes, solo se requiere papel, lápiz y una mirada atenta para poder llevarla a cabo; ese carácter esencial y sencillo de su quehacer me resulta atrayente y cautivador.

¿Alguna vez sentiste el juicio de tu entorno por dedicarte a escribir poesía?

No. La gente, cuando escucha que uno es poeta, se alegra de que todavía existamos. Es como ver un pudú en el centro de la ciudad. Quizás se decepcionan un poco porque no uso el uniforme institucional de boina negra y bufanda, y no hablo poniendo el adjetivo antes del sustantivo, pero en general los juicios negativos se los guardan para ellos y a mí no me llegan.

En adobe no usas signos de puntuación y trabajas con versos breves, casi como un susurro. ¿Qué te llevó a elegir esa forma minimalista y silenciosa?

La búsqueda de una voz que me acomodara fue algo que me acompañó a lo largo de la escritura del libro y que trabajé durante su edición. Quería alejarme de la declamación solemne y clamorosa, y acercarme a algo más cercano al murmullo, a una forma más sutil: ser más trino de ave que declaración o himno. Busqué que la polifonía temática se contrapusiera a una única propuesta léxica y sintáctica que atravesara el libro y aglutinara los poemas. La ausencia de signos de puntuación buscaba, por un lado, que las ideas se enredaran y se superpusieran entre sí, y por otro, que fuera la pausa versal —con su propuesta de respiración y no de ordenamiento— la que guiara a los lectores en la lectura del libro.

Este año fuiste anfitrión del Café Literario del Centro de Extensión de la Universidad de Talca. ¿Cómo fue pasar de ser solo escritor a ser puente entre otras voces?

Fue muy divertido e interesante, un reto que no me esperaba y que me permitió conocer y dialogar con autores a los que admiraba y quería leer desde hace tiempo, en especial de la región del Maule. Hacer los perfiles con los que presento a los autores en cada sesión me da permiso para inmiscuirme en sus vidas y en sus obras. Preparar las preguntas también me presenta el desafío de guiar una conversación que resulte interesante tanto para un público que nunca ha leído al autor como para grandes admiradores de su obra, considerando además la diversidad de registros con los que trabajan: novela, poesía, ensayo, cómic, biografía, guion audiovisual, entre otros.

¿Crees que estamos viviendo una renovación real de la poesía maulina o aún falta que la institucionalidad cultural crea en sus autores?

Creo que la poesía maulina —si es que tal cosa existe— nunca termina de crearse y destruirse, de buscar su acomodo en un mundo que no sabe muy bien qué hacer con ella. En especial porque la poesía y la comodidad nunca se han llevado bien, y eso aplica tanto para las instituciones como para los mismos poetas. Cuando ciertas agrupaciones asumen para sí la vocería de la poesía, su institucionalización termina por deformarla, volverla rígida y predecible. Creo que a la institucionalidad cultural no solo le falta creer en sus autores: le falta creer en la poesía.

Si adobe desapareciera y fuera encontrado por una civilización futura, ¿qué te gustaría que dijeran al leerlo?

Me gustaría que dijeran algo que no puedo imaginar, que lo dijeran en un idioma que no pueda entender y que vieran conexiones con el mundo que ni siquiera me atrevo a sospechar. Que fuera como ese poema de Jonnathan Opazo que dice: “Y en el futuro se / preguntarán a qué animal / pertenecían las esqueléticas / curvas de una montaña rusa”.

Para cerrar: desde tu experiencia y tu forma de estar en el mundo, ¿para qué escribes, Joaquín?

Escribo para prestar atención, para dialogar con el mundo y con mi comunidad. Para reírme, maravillarme y no perder la ternura. Para mantenerme curioso y sensible, para que no me crezca una coraza alrededor de los ojos, la lengua y el resto del cuerpo. Escribo para recorrerme y desconocerme, para explorar y ampliar los límites de mi mundo, que son mi lenguaje.

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