Buscando información sobre la historia de Lebu y sus habitantes, me encontré sin querer con parte de mi propia historia familiar. Muchos de estos relatos los escuché desde pequeño, pero hoy, por fin, cobran sentido y siento el deber de transmitirlos a mis dos hijas, quinta generación descendiente directa de uno de los personajes públicos más representativos del siglo XIX en la zona: mi bisabuelo Norberto Soto Monsálvez.
Según el libro del historiador lebulense Alejandro Pizarro Soto, mi bisabuelo fue uno de los fundadores y primer presidente de la Sociedad de Artesanos y Socorros Mutuos de Lebu, institución que sigue vigente hasta el día de hoy con sede propia en calle Alcázar #152. De profesión sastre, vivió más de 30 años en la comuna, siendo un miembro activo del Partido Liberal y Regidor Municipal. Se le atribuye el respaldo a la construcción de los edificios fiscales frente a la Plaza de Armas, destruidos tras el terremoto de 1960.
En poder de la familia aún se conserva una fotografía retocada a color donde aparece con el uniforme de oficial del Batallón Arauco, siendo uno de los hombres que partió al norte del país y llegó a Tacna en 1881, en plena Guerra del Pacífico.

El nacimiento del Batallón Arauco
La formación del Batallón Arauco fue ordenada por el gobierno el 20 de octubre de 1880, a través del intendente interino Santiago Ebensperger, quien coordinó la recluta con gobernadores y vecinos de Cañete, Arauco y Lebu. La meta: formar un batallón con 900 hombres distribuidos en seis compañías. Cañete aportaría 400, Arauco 300 y Lebu 250 hombres, ofreciéndose una prima de $20 por cada reclutado.
El entusiasmo en zonas urbanas contrastaba con las zonas rurales, donde los “voluntarios” eran reclutados a la fuerza. En noviembre ya estaban completas las compañías de Lebu y Arauco, mientras que la de Cañete se retrasó por dificultades geográficas y resistencia local.
Mi bisabuelo Norberto Soto Monsálvez aparece listado como teniente en la compañía de Lebu, acompañado por oficiales como Juan Harriet, Mardoqueo Fernández y otros. El 7 de noviembre, el batallón desfiló desde el cuartel hasta el muelle fiscal, entre vítores, lágrimas y flores, para embarcarse en el vapor “Paita” rumbo a Talcahuano.
Tras su paso por Quillota, donde fueron afectados por una epidemia de viruela que causó varias muertes, 126 soldados fueron asignados al Batallón Maule, mientras que otros 450 —incluido Norberto Soto— fueron enviados al norte, llegando a Tacna en enero de 1881.
De la campaña del norte a la Araucanía
Ya con la ocupación de Lima consumada en febrero de 1881, se ordenó el retorno del Batallón Arauco a Chile ante la amenaza de una rebelión mapuche. Reunidos nuevamente en Quillota, partieron a Angol para sumarse a la expedición que culminaría con la toma de Villarrica en enero de 1883.
Si bien el Batallón Arauco como tal no participó oficialmente en la Guerra del Pacífico, muchos de sus hombres sí lo hicieron, reemplazando a unidades agotadas tras la Campaña de Lima. En 1882, lebulenses integraban aún la Campaña de la Sierra como parte del Batallón Maule.
Finalizada la guerra, los veteranos regresaron a sus hogares. En ese contexto, nacieron muchas sociedades obreras que buscaban mejorar las condiciones sociales de los trabajadores. En Lebu, en 1884, un grupo de obreros sentó las bases de una mutual, y el 17 de noviembre de 1888 se fundó oficialmente la Sociedad de Socorros Mutuos, con Norberto Soto como su principal impulsor y primer presidente.
Perseguido por su lealtad a Balmaceda
Durante la Revolución de 1891, Norberto Soto fue arrestado junto a otros funcionarios lebulenses por su lealtad al presidente Balmaceda. Liberado bajo fianza en octubre de ese año, mantuvo su ideario liberal hasta el final. En 1896, la familia del expresidente le envió un ejemplar de la “Corona Fúnebre de Balmaceda” con una dedicatoria especial, actualmente en poder de su nieta Ana Soto Faúndez de Garcés.
Fue distinguido por la Municipalidad en 1912 con un Diploma de Honor al ser el regidor municipal más antiguo aún con vida. Falleció en 1915 en Yungay, ciudad vinculada al origen de su familia, los Sotomayor, cuyo apellido derivó en Soto tras disputas de herencia.
Legado perdido y memoria fragmentada
Entre los recuerdos familiares, aún se habla de una manopla metálica usada por uno de los bisabuelos en combate. En los años 60, una tía prestó al historiador Alejandro Pizarro objetos como el sable, insignias de oficial y documentos, que nunca fueron devueltos tras su exposición en Santiago.
Mi otro bisabuelo, Martín Faúndez, apodado “el Cochero”, fue soldado en Chorrillos y Miraflores. Tras regresar, manejaba una diligencia entre Lebu y Curanilahue, relatando sus penurias durante la campaña en el desierto. Según mi abuela Audolía Faúndez Espinoza, llegaron a beber su propia orina por la sed extrema.
Un legado que perdura
Mi abuelo Julio Alberto, exalumno de la Escuela de Agricultura de Chillán (creada para hijos de veteranos del 79), se dedicó al arte topiario en la Plaza de Armas de Lebu, donde modeló cipreses con formas de cisnes, copas y serpientes.
Otro descendiente, Norberto Soto Gilabert, hijo adoptivo del veterano, fue periodista y escritor bajo el seudónimo “Iñigo García”, firmando columnas en el diario El Sur y escribiendo libros como “Sobre el lomo del mar” y “Tres años y un día”. Fue el primer periodista de la familia, legado que hoy continúa con mi hija menor, Rocío, recién titulada de periodista en la Universidad de Concepción.
Héroes olvidados
A pesar de sus méritos, muchos veteranos del 79 vivieron en la miseria, dependiendo de pensiones mínimas y ayuda caritativa. En 1944, el presidente Juan Antonio Ríos decretó el 13 de enero como el “Día del Veterano”, pero aún así muchos murieron olvidados, con medallas al pecho pero sin pan en la mesa.
Las sociedades de veteranos lucharon por beneficios sociales básicos, como el pase gratuito de trenes, pensiones y montepíos. Su sacrificio nunca debe ser ignorado.
Hoy, a través de la memoria familiar, fotografías, libros y relatos, intento restituir el lugar que merecen en la historia estos hombres valientes, cuyas huellas persisten en calles, libros y corazones de Lebu.
Por: Víctor Hugo Garcés Soto, Licenciado en Artes, Historiador, investigador de la historia local, fundador del Centro de Documentación Patrimonial y profesor.